martes, 5 de abril de 2016

Curiosidad

No comprendo cómo lo hace
y por eso me cuesta trabajo creer que
de verdad existe y forma una parte esencial en mi vida.

Me cuesta respirar, no sé cómo explicarlo,
pero es que sus labios tienen ese algo que me duele cuando ya es demasiado tarde
y me descubro abriendo los ojos lentamente
mientras estoy separándome de ellos
con nada más que el reproche de no poder quedarme con ella más tiempo.

Cada día encuentro en sus caderas un vicio nuevo.
Ya sabes, de esos del sudor en los bolsillos y de los besos aerostáticos.
Desde el suicidio en sus brazos del pobre poeta que libera de su cárcel en lo más profundo de mí,
hasta el jadeo de perro callejero tras las convulsiones de su cuerpo debajo del mío.
Y a la mierda con la mayoría de edad,
que el reino que construimos a diario no conoce las fronteras ni la incertidumbre.
Pues en sus ojos yace el castillo de ensueño que hemos estado construyendo con el tiempo
y los te amo son ese único puto trozo de verdad
por el cual me arrojo hacia el fondo del acantilado y muero
y me baño en su misticismo.

Pero, vamos, que es algo normal,
pues la curiosidad no es esa enfermiza fuerza auto destructiva del subconsciente
que sólo padecen los gatos.


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