No comprendo cómo
lo hace
y por eso me cuesta
trabajo creer que
de verdad existe y
forma una parte esencial en mi vida.
Me cuesta respirar,
no sé cómo explicarlo,
pero es que sus
labios tienen ese algo que me duele cuando ya es demasiado tarde
y me descubro
abriendo los ojos lentamente
mientras estoy
separándome de ellos
con nada más que el
reproche de no poder quedarme con ella más tiempo.
Cada día encuentro
en sus caderas un vicio nuevo.
Ya sabes, de esos
del sudor en los bolsillos y de los besos aerostáticos.
Desde el suicidio
en sus brazos del pobre poeta que libera de su cárcel en lo más profundo de mí,
hasta el jadeo de
perro callejero tras las convulsiones de su cuerpo debajo del mío.
Y a la mierda con
la mayoría de edad,
que el reino que
construimos a diario no conoce las fronteras ni la incertidumbre.
Pues en sus ojos
yace el castillo de ensueño que hemos estado construyendo con el tiempo
y los te amo son
ese único puto trozo de verdad
por el cual me
arrojo hacia el fondo del acantilado y muero
y me baño en su misticismo.
Pero, vamos, que es
algo normal,
pues la curiosidad
no es esa enfermiza fuerza auto destructiva del subconsciente
que sólo padecen
los gatos.
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