martes, 24 de marzo de 2015

Duele verte

Duele porque se me congelan las palabras, se me entumece la lengua y se me adormece el pensamiento apenas te veo.
Porque cuando pasas la vista por entre la gente y nuestras miradas se encuentran por casualidad, haces que la cabeza, inconscientemente, me dé un giro imposible hacia otro lado.
Porque me pone nervioso sólo de ver cómo te acomodas el cabello con un movimiento de cabeza.
Porque me siento como un niño pequeño perdido cuando te pierdo de vista.
Porque me lleno de impotencia cuando me doy cuenta que ya te has ido.
Porque cuando pasas a mi lado y te miro de reojo siento como si viese un paisaje lejano descrito en un libro.
Duele porque al final crece esa nube de no saber hasta cuando te volveré a ver.

Y porque todas esas cosas se quedan conmigo recriminándome por qué no pregunté quién eres.

jueves, 5 de marzo de 2015

Buenos días

Buenos días, ¡hola!, buenas noches.
Al principio parece que cualquiera sabe que decir, pero eso no es verdad. Esas son algunas de las palabras inteligentes que se nos llegan a ocurrir a la mayoría de los seres humanos para comenzar una charla con alguien a quien no hemos visto en un largo tiempo.
Personas con las que tuvimos una relación más allá de una amistad o sólo eso.
Vaya mal chiste la forma en que terminan la mayoría de estás conversaciones. Ambos dicen adiós, pero luego ninguno se marcha.
Sin embargo, a mí me pasa diferente, pero en cuanto a diferente no me refiero a cualquiera, sino a que sólo me pasa con ella.
Con ella nunca he podido comenzar una charla de ese modo. Aunque nos encontremos en el mismo lugar de siempre. Aunque siempre es mucho tiempo, y mucho tiempo es lo que he durado sin verla. No me nace decirle ¡buenos días!
U ¡hola!
O ¡buenas noches!
No, no es así. Conmigo todo ha sido de una manera diferente.
La miro a lo lejos, pues es hermoso mirarla de lejos, sentada debajo del árbol de su casa con los ojos clavados en algún punto del cielo y con las piernas cruzadas, igual que todas las otras veces que la he visto. Me hace pensar que, seguro, sus ojos anhelan el momento en que puedan mezclarse en aquel amplió mar de azules y corderos. Parece una muñequita olvidada en el patio de un kínder, y le hace creer a cualquiera que debe recogerla. No para poseerla, sino para protegerla.
De todas sus virtudes me quedo con esa gracia con la que se rasca la nariz cuando el cabello roza en ella a causa del viento. Cuando la veo hacerlo, dentro de mí crece el deseo de que fuese la punta de mi nariz la que causase aquel cosquilleo que le provoca comezón.
Apuesto a que si la vieras tú te pasaría igual.
-Ha pasado tanto tiempo y sigues siendo aquella niña –le digo con calidez.
-No es tanto. Tú tampoco cambias… ni siquiera has madurado todavía –responde ella en tono burlón. Luego suelta una risita que, de ser escuchada, moldearía las rocas y las haría blandas.
Nuestra plática da comienzo al finalizar el eco de su risa. Tesoro que guardo en el rincón más secreto de mi corazón y que escucho de vez cuando haciendo travesuras entre los acordes de una guitarra.
Los recuerdos fluyen y nosotros nos bañamos en ellos. Cada textura, olor y color pasa delante de nosotros como un cortometraje. Reímos, nos avergonzamos e inclusive, de vez en cuando, lloramos. Cuando termina nos hacemos preguntas que no respondemos para no hacer silencio.
Nos miramos un momento, con los ojos fijos y cristalizados.
Y ella me abraza.
Y yo a ella.
- Cuando te vayas no sé si sabré qué hacer o a dónde ir –me dice ella con lágrimas en los ojos.
- No lo creo. Tú eres más fuerte que yo. Siempre lo has sido –respondo apretándola entre mis brazos.
- ¡Claro que no! ¿Qué te hace pensar eso?
Guardo silencio.
- Contéstame, por favor –me pide entre sollozos. Mientras, yo continúo en silencio intentando aferrarme más a ella.
Su cuerpo comienza a desvanecerse entre mis brazos, su piel se transforma en luz, sus ojos, seguro, en estrellas.
Y cuando finalmente me suelta ya se ha convertido en recuerdo.
Y yo me quedo congelado bajo el árbol, y es cuando finalmente me atrevo a decir en voz entrecortada y en tono muy bajito:
- Porque han pasado diez años y… mírame… yo sigo aquí sin saber que hacer o a donde ir. Y tú… cumpliste tu anhelo y te has vuelto una estrella… y las estrellas viven en el cielo.


Adiós.