domingo, 30 de agosto de 2015

Amor y distancias

Me gusta cuando dices cosas sin decirlas, porque todo cobra color en ese instante...

Y tú no te das cuenta.

Pero allí está. Es el momento en que mis miedos se disuelven como ese animalito del bosque que desaparece apenas parpadeas. Y consigo el poder suficiente para vencer fronteras.

Y te mando un beso indocumentado.

Un beso que anhelaba tal escape sólo para vagar por las calles del mundo en que vives, como un gatito suicida con la luna en las pupilas que se lanza desde el tejado más alto con tal de caer con mucha más fuerza...
en tus labios.

Me gusta cuando te sonrojas,
y no estoy allí,
y me lo dices.
Porque mis ojos chocan con los tuyos en esa foto que miro a diario, capaz de borrarle los puntos finales a todos los libros, excepto a Historia sin fin, donde allí sólo cambia la Historia.

Cambia la historia, nena.
Cambia el tiempo, cambia la vida,
la puta distancia.

De todos modos jamás cambiará el sentimiento,
éste en el que cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo sin ti 
no es más que una cuenta por cobrar.

En pedazos

Chihuahua es tierra de encuentro.

Y yo, que te busco a diario,
entre las calles,
entre la gente,
termino encontrándote…
y no.

Descubro cómo te acercas con cada una de las letras
que a diario me regalas.

Y llegas de golpe, tranquila.
Convirtiendo mi todo en algo tan simple, pero complicado,
que se rompe en segundos
y se ensambla

en pedazos.

Domingo pluvial

Esta noche llueve a cantaros.

El domingo sufre.

La ciudad ha decidido ponerse traje
y perfumarse con esa finísima y cara colonia
que a todos nos gusta en estos días.

La tierra se viste de luto…
y llora.

Ya te darás cuenta a la mañana siguiente,
cuando veas sus lágrimas olor rocío
de que pudo haber sido la noche perfecta para un vino
y un café.

Aunque no sepas si viene,
ni tampoco si haya café.

Y grito a truenos.
Y relampagueo tu nombre.
Y se inundan, mis pupilas.


Esta noche llueve a cantaros.

Despertar (junto de ti)

Esta es otra de esas noches en las que no puedo dormir.
Y me incendia la cama con estás ganas de despertarme junto a ti.

Como cada noche acudes al silencioso llamado de mis recuerdos,
te alimentas de mis sueños
y desapareces apenas sientes una ligera perturbación.

La sabana se cubre de vergüenza para que no le vea llorar
cuando se me escapa tu nombre, exaltado, al despertar.

La almohada me confiesa que tiene el mismo anhelo
de aspirar el aroma de tu cabello,
y teme enamorarse de tu imagen dormida.
Como yo.

Y la abrazo
creyendo que eres tú.

Que su inerte silencio son tus ganas de gritarme un te quiero
y darme ese beso largo con el que tanto tiempo he soñado,
y que mi manera extraña de respirar son las huellas de un beso
pintado a trazos hasta tu boca.

Despertar junto de ti.
Despierta junto de mí.

Arráncale las ojeras a mi colchón.


Despertemos…

Cuento

Claro,
quería que matara al dragón
pero no estaba dispuesta a ver
como terminaba el cuento.

Y sin embargo sigo mintiéndome,
diciéndole al espejo que a lo mejor era que
a ella le aburren los finales felices.

La verdad era que

los dragones no existen.

Sonríe

Me encanta esa manera tuya de verme sin mirarme.

Siempre pidiéndome que me quede en casa
cuando son tus ojos los que me llevan a todas partes.

Y es que…
no sé.

Pero esos maravillosa trampolines color cafeína
son los culpables de que yo esté aquí,
a las tres con treintaicinco de la mañana,
saltándome los sueños.

Siempre,
a la mañana siguiente,
me reclamas las ojeras,
que no son mías sino tuyas.
Y después, con esa sonrisa de estocada,
me ofreces una azucarada taza de café.

Y despierto.

Descubro que esos dos charcos infinitos
en los que me baño cada mañana
no son la playa constelada de la que hablaba Octavio Paz.
Y sin embargo sigo sintiendo celos al leer “tus ojos”
en mi móvil.

Cada rincón de Chihuahua me sabe amargo
y me hace desear, cada vez con más fuerza,
que estés aquí.

Todo con tal de endulzarlo.

Aunque no seamos los de antes.

Aunque mires a la cámara…
y no a mí.


Sonríe.

Pide un deseo

Te miraré.

Y me miraras.

Mirando juntos hacia la misma estrella.

Imaginando un paraíso.
Soñando una vida.
Deseando a tu lado.

Y al final nos arrojaremos al vacío
olvidando que tenemos nuestras alas rotas.

Pide un deseo

que las estrellas también caen.

domingo, 9 de agosto de 2015

Chica del vestido negro

Tú,
la chica del vestido negro,
viniste a sacarme de este inmenso manicomio con las manos llenas de pólvora, pero dime; ¿no te diste cuenta del fuego que ibas a encender en mí?
Era lógico que tarde o temprano íbamos a volar algún rincón de la ciudad.
Pues hay cosas que no se dicen con palabras.

Y no lo siento por ti
ni por mí.
Lo siento por el asiento trasero del coche, por las veces que salimos a buscar aventura,
por el viejo sofá en el que recorríamos Italia sin movernos,
por la triste mesilla que teníamos en el comedor en las que me describiste la belleza de Vancouver.

Tú y yo.
Yo y tú.
Siempre huyendo del tiempo y de la gente.
Huyendo de los vuelos mal programados que van a dejar Chihuahua sin ti.
Una ciudad triste en la que ya no pasamos a deshoras en el coche y a alta velocidad.
Mientras que en el pecho, ya enardecido, el acelerado latido de un corazón se vuelca entre tus curvas.
Y a aquel accidente lo llamábamos amor.

Que fueras a contagiarte de locura no era probabilidad, sino cuestión de tiempo.
Así como lo era despertarme con los labios prendidos al sueño de tu piel y los ataques de ansiedad de todo adicto atado de manos a tus caderas.
Así como lo era despertarme viendo que no era cierto que dormías a mi lado y que Chihuahua era la desprogramada hora de un despertador que ya no uso en la mesita de noche junto a la cama.

Tú,
La chica del vestido negro,
la chica que viene junto el cobijo de la noche alcoholizada por tanta estrella.
Deja de convertirte en esa chica meteorito que se estrella en mi cama a las cuatro de la mañana y sacude mi mundo.
Deja la pólvora en casa.
Chica del vestido negro.
Deja de ser un sueño.

Y...
Ven.


Con mi realidad.